Lección 37. Mi santidad bendice al mundo. REFLEXION
Lección 37. Mi santidad bendice al mundo.
La enseñanza de esta lección nos recuerda que nuestra santidad no es solo un atributo personal, sino un regalo que compartimos con todo lo que nos rodea. No se trata de una santidad exclusiva o individual, sino de una cualidad inherente a nuestra verdadera naturaleza, que es una con Dios.
Cuando aceptamos que somos santos, nuestra percepción del mundo cambia. Ya no vemos un lugar de lucha, conflicto o separación, sino un reflejo de nuestra propia luz. Este reconocimiento nos permite transformar nuestra manera de relacionarnos con los demás, con las circunstancias y con la vida misma.
La santidad no es algo que se gana o se desarrolla con esfuerzo. No es el resultado de una vida sin errores ni de actos "perfectos". Es la esencia de lo que somos. Cuando reconocemos nuestra santidad, nuestra simple presencia se convierte en una bendición para el mundo, porque vemos con los ojos del amor y no del miedo.
Este principio nos invita a cambiar nuestra percepción de nosotros mismos y del mundo. Si cada uno de nosotros aceptara la verdad de su santidad, el mundo entero se sanaría. La bendición de nuestra santidad no solo nos afecta a nosotros, sino que alcanza a todos aquellos con quienes entramos en contacto, incluso a aquellos que no conocemos directamente.
Jesús nos enseña en Un Curso de Milagros que el mundo que vemos es una proyección de nuestra propia mente. Si vemos un mundo lleno de dolor y sufrimiento, es porque estamos percibiéndolo desde la separación y el miedo. Pero si elegimos ver con los ojos de la santidad, descubrimos que la paz, el amor y la unidad han estado ahí todo el tiempo, esperando ser reconocidos.
Este cambio de percepción es el verdadero milagro. Cuando dejamos de buscar la santidad fuera de nosotros y la reconocemos en nuestro interior, nos convertimos en canales a través de los cuales la luz divina fluye hacia el mundo. Nuestra presencia se convierte en un acto de amor constante, y cada encuentro, cada palabra y cada pensamiento reflejan la verdad de lo que realmente somos.
La santidad no es un ideal inalcanzable ni una cualidad reservada para unos pocos. Es la verdad de nuestro ser. Cuando dejamos de identificarnos con el ego y aceptamos nuestra verdadera identidad, nuestra luz se extiende más allá de nosotros, tocando a todos aquellos que nos rodean.
No tenemos que hacer nada extraordinario para bendecir al mundo. Basta con recordar quiénes somos y permitir que nuestra santidad brille en cada pensamiento, palabra y acción. Esta bendición no solo nos transforma a nosotros, sino que se extiende a los demás y al mundo entero, sanándolo desde dentro.
1. ¿Qué significa para mí la idea de que mi santidad puede bendecir al mundo?
2. ¿Qué pensamientos o creencias me impiden aceptar mi santidad?
3. ¿Cómo puedo empezar a ver la santidad en los demás, incluso en aquellos con quienes tengo conflictos?
4. ¿Qué sucede en mi interior cuando repito la afirmación "Mi santidad bendice al mundo"?
5. ¿Cómo puedo ser más consciente de la manera en que mi santidad impacta a quienes me rodean?
Oración al Espíritu Santo
Espíritu Santo, ayúdame a recordar la verdad de quién soy. Permíteme ver con los ojos de la santidad y reconocer que mi luz no es solo para mí, sino para todos los que me rodean. Que mi mente sea un canal de paz y amor, y que mis pensamientos, palabras y acciones reflejen la bendición que ya soy. Permíteme ver la santidad en cada ser, en cada circunstancia y en cada momento. Guíame para que mi vida sea una expresión de la unidad y la paz que Tú me has dado.
Esta lección nos recuerda que somos más de lo que creemos ser. No estamos aquí solo para sobrevivir o resolver problemas, sino para extender amor, luz y bendición a todo lo que nos rodea. Nuestra santidad no es una carga ni una responsabilidad, sino un regalo que compartimos con alegría.