Lección 77. Tengo derecho a los milagros

  Lección 77. Tengo derecho a los milagros


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Oración al Espíritu Santo


Espíritu Santo, voz de la Verdad en mí, hoy me dirijo a Ti reconociendo mi legítimo derecho a los milagros, no por lo que he hecho o lo que creo ser, sino por lo que verdaderamente soy como Hijo de Dios. Disuelve en mi mente todo pensamiento de indignidad, toda creencia de que debo ganarme Tu amor o Tu gracia. Ayúdame a comprender que los milagros no son excepciones a las leyes naturales, sino expresiones de las únicas leyes verdaderas - las leyes de Dios que gobiernan mi realidad más allá de todas las ilusiones.


Con humilde certeza, me abro a recibir lo que ya me pertenece por derecho divino. No pido favores especiales ni dones excepcionales, sino simplemente que se manifieste en mí y a través de mí la Voluntad de mi Padre. Reconozco que al reclamar este derecho para mí, lo estoy reclamando para todos mis hermanos, pues en la unidad del Hijo de Dios, lo que uno recibe todos lo reciben, y lo que uno extiende a todos beneficia.




Los milagros son mi derecho natural como extensión de la Mente de Dios. No dependen de mi mérito personal, de rituales elaborados o de poderes mágicos que me haya atribuido. Son simplemente el resultado de reconocer mi verdadera Identidad y de permitir que las leyes de Dios operen a través de mí sin obstáculos de duda o miedo.


Hoy elijo no conformarme con menos que la verdad, rechazando intercambiar milagros por resentimientos o limitaciones autoimpuestas. Mi derecho a los milagros fue establecido en mi creación y garantizado por las leyes inmutables de Dios. Al aceptar este hecho innegable, me convierto en un canal abierto para la expresión de la Voluntad divina en este mundo, trayendo luz donde antes había oscuridad y amor donde antes habitaba el miedo.



En un mundo donde constantemente nos sentimos obligados a ganar, merecer y luchar por lo que deseamos, la Lección 77 nos presenta una perspectiva revolucionaria: los milagros no son recompensas por buen comportamiento ni manifestaciones sobrenaturales reservadas para unos pocos elegidos. Son nuestro derecho natural como Hijos de Dios. Esta verdad desafía profundamente nuestras nociones de mérito y valor personal, invitándonos a reconocer una herencia divina que jamás podríamos perder ni necesitamos ganar.


¿Por qué se nos hace tan difícil aceptar que tenemos derecho a los milagros? Quizás porque hemos internalizado la creencia de que somos seres limitados, separados de nuestra Fuente y unos de otros. Desde esta percepción distorsionada, los milagros parecen excepcionales, inalcanzables o reservados para santos y místicos. Sin embargo, el Curso nos recuerda que esta visión limitada es precisamente lo que el milagro viene a corregir. El milagro no altera la realidad; simplemente elimina los bloqueos a la conciencia de la presencia del amor, que es nuestro estado natural.


Reivindicar nuestro derecho a los milagros requiere una profunda honestidad y disposición para abandonar las falsas identidades que hemos construido. Cuando afirmamos "Tengo derecho a los milagros", no estamos haciendo una petición especial ni reclamando un trato preferencial. Estamos simplemente reconociendo un hecho innegable sobre nuestra naturaleza esencial y la de todos los seres. Esta afirmación no proviene del ego que siempre quiere más, sino de la mente recta que recuerda su origen y su función en el plan divino.


Lo extraordinario de esta lección es su simplicidad radical. No nos pide elaborados rituales, años de estudio o prácticas ascéticas. Nos invita simplemente a reconocer lo que ya es verdad: que somos uno con Dios y, por lo tanto, participamos naturalmente en Su poder creativo. Los milagros fluyen a través de nosotros cuando dejamos de interponernos en su camino con nuestras dudas, miedos y conceptos erróneos sobre quiénes somos. No tenemos que forzar o manipular la realidad; solo necesitamos permitir que la verdad sea revelada a través de nuestra disposición a verla.


Esta lección también nos recuerda que los milagros no son experiencias privadas destinadas a beneficiarnos exclusivamente a nosotros. "Al reivindicar tus derechos estás haciendo valer los derechos de todo el mundo", nos dice el texto. En la unicidad del Hijo de Dios, lo que uno recibe, todos lo reciben. Esto transforma nuestra comprensión de los milagros: no son eventos aislados que ocurren para individuos separados, sino expresiones de una realidad compartida que nos recuerda nuestra interconexión esencial. Cada vez que permitimos que un milagro ocurra en nuestra vida—cada momento de perdón, de visión clara, de amor incondicional—contribuimos a la curación del mundo entero.