LECCIÓN 83
LECCIÓN 83
# Reflexiones sobre Función y Felicidad Divina
Cuando comprendemos profundamente que nuestra única función es la que Dios nos dio, experimentamos una liberación extraordinaria de todos los conflictos internos que nos han mantenido prisioneros de expectativas y dudas que no son más que construcciones de nuestra mente limitada.
La verdadera seguridad no proviene de intentar controlar cada aspecto de nuestra vida, sino de rendirnos con confianza al propósito divino que nos ha sido encomendado, sabiendo que cada paso está perfectamente guiado más allá de lo que nuestra comprensión inmediata puede percibir.
Nuestra felicidad no es un destino aleatorio que debemos perseguir, sino una consecuencia natural de alinearnos con nuestra función esencial, reconociendo que lo que Dios nos ha asignado no puede sino conducirnos a la plenitud más profunda que podamos imaginar.
Cada vez que nos permitimos dudar de nuestro propósito, estamos en realidad cuestionando la sabiduría de una inteligencia infinita que nos conoce mucho más profundamente de lo que jamás podremos conocernos a nosotros mismos, olvidando que fuimos creados con un designio perfecto.
La unidad entre nuestra función y nuestra felicidad es tan inherente que intentar separarlas sería tan absurdo como pretender dividir la luz del sol o fragmentar el océano, pues ambas emergen de una misma fuente que trasciende nuestra comprensión limitada.
Cuando dejamos ir la necesidad de entender completamente nuestro camino y nos abandonamos con total confianza al propósito divino, descubrimos que la paz no es un estado que debemos conquistar, sino el terreno natural donde nuestra verdadera esencia habita.
Nuestra función no es algo externo que debamos cumplir, sino la expresión más íntima de quiénes somos realmente, un flujo natural de amor que se extiende más allá de nuestras percepciones individuales, conectándonos con una red de propósito que nos incluye y nos trasciende.
La felicidad auténtica no reside en la satisfacción de deseos personales, sino en el reconocimiento profundo de que estamos participando de un plan más grande que nosotros, donde cada uno de nuestros actos está impregnado de un significado sagrado que va más allá de lo aparente.