Lección 103. Dios, al ser Amor, es también felicidad.
Lección 103. Dios, al ser Amor, es también felicidad.
# Reflexión sobre "Dios, al ser Amor, es también felicidad"
Esta lección del Curso de Milagros nos invita a una profunda reconsideración de nuestra concepción de Dios y, por extensión, de la naturaleza misma de la realidad que experimentamos.
El texto establece una ecuación esencial: Amor = Dios = Felicidad. Esta identidad ontológica sugiere que la felicidad no es meramente un estado emocional transitorio sino una cualidad inherente al tejido mismo de la existencia. Si el Amor (Dios) es omnipresente e ilimitado, entonces la felicidad también debe serlo.
Lo verdaderamente revelador es cómo el Curso identifica nuestro sufrimiento: surge de una ilusión mental que crea "brechas" en lo que es inherentemente continuo e infinito. Estas supuestas discontinuidades en el amor son donde proyectamos nuestros miedos, culpas y juicios —lo que el Curso denomina "pecado"— generando así nuestra experiencia de dolor.
La práctica propuesta busca una reorientación radical de la conciencia. Al afirmar "Dios, al ser Amor, es también felicidad", no estamos simplemente recitando una frase positiva, sino reconociendo la verdadera naturaleza de la realidad que ha quedado oculta por nuestras proyecciones mentales.
El miedo a Dios representa quizás la inversión más profunda de la verdad espiritual: temer a aquello que, por definición, es absoluta bienaventuranza. Este miedo revela cómo hemos distorsionado nuestra percepción de lo divino, transformándolo en una imagen que refleja nuestras propias inseguridades y culpas.
La práctica horaria que sugiere el Curso es un método para "deshacer" estas creencias erróneas. Al recordarnos constantemente esta verdad, permitimos que la mente se abra a una posibilidad radical: que la felicidad no es algo que debamos conseguir o merecer, sino nuestra herencia natural por nuestra relación con la Fuente.
La última afirmación es particularmente poderosa: "No puedo fracasar, pues lo que busco es la verdad". Esto sugiere que el éxito en nuestra búsqueda espiritual está garantizado, no por nuestros esfuerzos, sino porque buscamos algo que ya existe y que es la realidad fundamental detrás de todas las apariencias.
Esta lección nos invita a contemplar que nuestro único "problema" es una percepción distorsionada, y que la solución no consiste en cambiar la realidad externa, sino en permitir que nuestra mente sea corregida para ver lo que siempre ha estado ahí: la omnipresencia del Amor/Felicidad como la única realidad verdadera.
# Profundizando en "Dios, al ser Amor, es también felicidad"
Esta lección nos invita a examinar una de las paradojas más profundas de la experiencia humana: ¿Por qué, si el Amor y la Felicidad son la naturaleza fundamental del ser, experimentamos miedo, dolor y separación?
El Curso de Milagros propone que esta discordancia surge de lo que podríamos llamar un "error original" en la percepción. La mente que cree en la separación ha creado un sistema de pensamiento completo basado en la escasez en lugar de la abundancia, en la fragmentación en lugar de la totalidad.
Cuando el texto menciona "imágenes desprovistas de toda realidad", nos remite al concepto de que todo nuestro mundo perceptual —cuando está filtrado por el ego— es esencialmente una proyección sin sustancia. Estas proyecciones son como sombras que tomamos por objetos reales, ilusiones que perpetúan nuestro miedo a la verdad.
La práctica espiritual propuesta opera a nivel de causa, no de efecto. No busca manipular las circunstancias externas sino corregir la percepción errónea que origina nuestra experiencia de sufrimiento. Es un ejercicio de "desaprender" más que de aprender algo nuevo.
La frase "Dado que Dios es Amor, se te concederá" apunta a una verdad metafísica radical: la felicidad no es algo que debamos conseguir o crear, sino algo que ya nos pertenece por derecho de ser. Este reconocimiento invierte completamente la búsqueda espiritual tradicional, donde frecuentemente se ve la felicidad como una recompensa por acciones virtuosas o prácticas disciplinadas.
La certeza expresada en la afirmación final —"No puedo fracasar, pues lo que busco es la verdad"— revela otro aspecto profundo: la verdad, por su naturaleza, no puede ser destruida ni alterada por nuestras percepciones erróneas. Solo puede ser temporalmente oscurecida. Así, nuestra "búsqueda" no es realmente una búsqueda, sino un proceso de permitir que caigan los velos que nos impiden ver lo que siempre ha estado presente.
Esta lección nos coloca ante una invitación revolucionaria: considerar que toda nuestra experiencia de sufrimiento surge no de carencias reales o amenazas externas, sino de una interpretación fundamentalmente errónea de la realidad. Y si el problema es de percepción, entonces la solución —el milagro— es un cambio en la percepción, un "cambio de mentalidad" que nos devuelve a la conciencia de nuestra verdadera naturaleza: ilimitada, amorosa y fundamentalmente dichosa.
La práctica de recordar cada hora que "Dios, al ser Amor, es también felicidad" no es mera repetición, sino un acto revolucionario que contradice todo el sistema de pensamiento del mundo. Es una declaración de independencia de las leyes de la escasez y el miedo que parecen gobernar la existencia humana.