Lección 104. Busco únicamente lo que en verdad me pertenece.

 Lección 104. Busco únicamente lo que en verdad me pertenece.


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# Reflexión sobre "Busco únicamente lo que en verdad me pertenece"


Esta lección nos presenta una profunda paradoja espiritual: aquello que más genuinamente nos pertenece no es lo que hemos fabricado o adquirido, sino lo que ya es inherentemente nuestro por derecho divino.


El texto establece una clara distinción entre dos tipos de "regalos": los que nosotros mismos fabricamos (nuestras identificaciones, logros, posesiones y relaciones basadas en el ego) y los dones eternos de Dios (paz y felicidad que son nuestra verdadera herencia).


Lo revolucionario de esta enseñanza es que invierte completamente el paradigma de búsqueda espiritual tradicional. No estamos tratando de obtener algo nuevo o transformarnos en algo que aún no somos. Más bien, estamos reconociendo y reclamando lo que siempre ha sido nuestro "desde antes de que el tiempo comenzara". Esta perspectiva disuelve la ansiedad de la búsqueda espiritual, reemplazándola con el simple reconocimiento de lo que ya es.


El concepto de "despejar un lugar" en la mente es particularmente significativo. Sugiere que nuestro problema no es la ausencia de paz y felicidad, sino que hemos llenado el espacio mental con sustitutos fabricados por nosotros mismos—preocupaciones, juicios, apegos—que no nos permiten experimentar los dones que están constantemente disponibles.


La práctica propuesta es esencialmente un ejercicio de discernimiento espiritual. Al declarar "Busco únicamente lo que en verdad me pertenece", estamos estableciendo un criterio para distinguir entre lo real y lo ilusorio. Es una invitación a examinar todo lo que valoramos y perseguimos, preguntándonos: ¿Es esto temporal o eterno? ¿Está sujeto a cambios y pérdidas o es inmutable?


La lección también señala la naturaleza atemporal de estos dones—"son nuestros hoy"—eliminando así la espera como componente de la vida espiritual. No hay un futuro momento de iluminación o salvación; solo el reconocimiento presente de lo que ya es verdad.


Cuando afirmamos que "Su Voluntad ya se ha cumplido", estamos reconociendo que la perfección ya existe en un nivel fundamental. La separación y el sufrimiento son experiencias dentro del sueño del tiempo, pero no afectan la realidad última donde somos eternamente completos.


Esta lección nos invita a vivir desde una conciencia de abundancia esencial, reconociendo que lo único que genuinamente necesitamos—paz y felicidad—ya nos ha sido dado. Nuestra única tarea es apartar los obstáculos auto-impuestos que nos impiden experimentar esta herencia eterna que es, y siempre ha sido, verdaderamente nuestra.

# Profundizando en "Busco únicamente lo que en verdad me pertenece"


Esta lección contiene una invitación revolucionaria que desafía los cimientos mismos de cómo concebimos nuestra existencia y búsqueda espiritual. En su esencia, nos propone que el camino espiritual no es tanto un viaje de adquisición sino de reconocimiento y remoción.


El texto establece una metáfora poderosa con el "altar" en nuestra mente donde hemos colocado "regalos inútiles" —nuestras preocupaciones, ambiciones, apegos a resultados específicos y conceptos de éxito mundano— que compiten por el espacio donde deberían descansar los verdaderos dones. Este simbolismo sugiere que la mente humana es un espacio sagrado que hemos profanado con valores que no reflejan nuestra verdadera naturaleza.


Particularmente iluminadora es la referencia a que estos dones divinos son "intemporales", existiendo simultáneamente en el pasado, presente y futuro. Esto sugiere que la paz y la felicidad no son estados que se alcanzan mediante un proceso lineal, sino dimensiones de consciencia que existen perpendiculares al tiempo. No evolucionamos hacia ellas; más bien, disolvemos las barreras temporales que nos impiden percibirlas como nuestra condición natural.


La práctica de "unir nuestra voluntad a la de Dios" no implica sumisión o sacrificio como tradicionalmente se ha interpretado, sino el reconocimiento de una alineación fundamental que siempre ha existido. Es como si hubiéramos estado remando contra la corriente, exhaustos por el esfuerzo, solo para descubrir que podemos girar la barca y fluir con la corriente natural del ser.


Cuando el texto dice "no deseamos nada más", no sugiere una vida de ascetismo o negación, sino la liberación de la compulsión de buscar complementos para una identidad que percibimos como incompleta. Es el fin del hambre existencial que nos impulsa a acumular experiencias, logros y posesiones como medios para llenar un vacío percibido.


El acto de "despejar el camino para Él" refleja que nuestra única responsabilidad espiritual es la remoción de obstáculos—nuestras creencias limitantes, juicios y apegos—que impiden la expresión natural de lo que ya somos. No necesitamos construir un puente hacia lo divino; solo necesitamos reconocer que nunca ha habido separación excepto en nuestra percepción distorsionada.


Esta enseñanza en su profundidad sugiere que el sufrimiento humano no proviene de una carencia real sino de la identificación con un falso sentido de carencia. Al reclamar nuestra herencia de "dicha y paz", no estamos adquiriendo algo nuevo sino despertando del sueño de insuficiencia que ha caracterizado nuestra experiencia en el mundo.


La práctica de recordar "Busco únicamente lo que en verdad me pertenece" se convierte así en un acto de discernimiento radical que nos permite navegar cada momento con claridad, distinguiendo entre los espejismos temporales del mundo y los dones eternos que constituyen nuestra verdadera identidad más allá de toda forma y circunstancia.