Lección 105. Mías son la paz y la dicha de Dios.
Lección 105. Mías son la paz y la dicha de Dios.
# Reflexión sobre "Mías son la paz y la dicha de Dios"
Esta lección presenta una profunda reconsideración del concepto de "dar" que prevalece en nuestra sociedad, contrastándolo con la naturaleza verdadera de los dones divinos. La enseñanza central es transformadora: los regalos de Dios —paz y dicha— no operan bajo las leyes de escasez que gobiernan el mundo material, sino bajo principios de abundancia infinita.
En el mundo que percibimos habitualmente, dar implica perder; regalar algo significa que ya no lo posees. Este paradigma crea un sistema de intercambio basado en el miedo a la pérdida, donde cada acto de generosidad viene con expectativas de retribución. Como señala el texto, estos no son verdaderos regalos sino "regateos que se hacen con la culpabilidad" o "préstamos con intereses".
Lo revolucionario de esta lección es su propuesta de que los verdaderos dones —específicamente la paz y felicidad divinas— no disminuyen al compartirse sino que se multiplican. Esta perspectiva invierte completamente nuestra comprensión habitual, sugiriendo que la única manera de poseer plenamente estos dones es ofreciéndolos libremente a los demás.
El aspecto más desafiante y transformador de la práctica propuesta es comenzar el día pensando en aquellos a quienes consideramos "enemigos", reconociendo que al negarles paz y dicha, nos las hemos negado a nosotros mismos. Este ejercicio confronta directamente las barreras del resentimiento y la separación que hemos construido, revelándolas como los verdaderos obstáculos para nuestra propia felicidad.
La afirmación "Hermano, te ofrezco paz y dicha para que la paz y la dicha de Dios sean mías" no es una negociación transaccional, sino el reconocimiento de una ley espiritual fundamental: solo podemos experimentar plenamente aquello que estamos dispuestos a ver en los demás. Este principio trasciende la moralidad convencional, apuntando a la interconexión esencial de todas las mentes.
Particularmente profunda es la idea de que al dar estos dones divinos, permitimos que "Dios se complete a Sí Mismo". Esta formulación sugiere que nuestra práctica espiritual no es solo para nuestro beneficio individual, sino que participa en un propósito cósmico más amplio, donde cada acto de amor y reconocimiento contribuye a la plenitud del Todo.
La lección invita a una práctica regular pero también reconoce pragmáticamente las limitaciones de tiempo, afirmando que incluso momentos breves de conexión con esta verdad tienen valor. Este enfoque equilibrado evita que la práctica espiritual se convierta en otra fuente de culpa o presión.
En esencia, esta enseñanza propone que la paz y la dicha no son estados que debamos buscar o conseguir, sino nuestra herencia natural que hemos oscurecido al aceptar un sistema de pensamiento basado en la escasez y la separación. Al ofrecerlas conscientemente a aquellos de quienes nos sentimos separados, disolvemos las barreras artificiales que nos impiden experimentar lo que ya es inherentemente nuestro.