LECCIÓN 86 (71-72)

 LECCIÓN 86 (71-72) 

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Reflexión sobre la Salvación y el Camino Interior


La vida es un viaje de autodescubrimiento, donde cada experiencia nos invita a mirar más allá de la superficie de nuestras percepciones limitadas. Nuestra tendencia natural es buscar soluciones externas, crear ídolos y depositar esperanzas en personas, objetos o circunstancias que prometen liberarnos del sufrimiento. Sin embargo, la verdadera salvación no reside en el mundo exterior, sino en la profundidad de nuestra conciencia interior.


Los resentimientos son como cadenas invisibles que nos aprisionan, creando un velo que distorsiona nuestra percepción de la realidad. Cada agravio guardado, cada herida no sanada, es un obstáculo que nos impide ver la luz de nuestra verdadera naturaleza. Estos resentimientos son estrategias del ego para mantenernos en un estado de victimización, alejándonos de nuestra capacidad innata de transformación y paz.


La salvación es un acto de rendición, de soltar las defensas que hemos construido a lo largo de años de miedo y separación. No se trata de cambiar el mundo externo, sino de transformar nuestra forma de interpretarlo. Cada situación, cada encuentro, es una oportunidad para elegir entre la percepción del ego, que separa y condena, o la visión del espíritu, que une y perdona.


Nuestro dolor surge no de lo que nos sucede, sino de cómo interpretamos lo que nos sucede. La mente tiene un poder extraordinario para crear sufrimiento o generar paz, dependiendo de la perspectiva que elijamos. Cuando reconocemos que somos los creadores de nuestra experiencia, nos liberamos de la ilusión de ser víctimas de circunstancias externas.


El camino de la salvación es un viaje hacia la responsabilidad interior. Implica reconocer que nuestros conflictos, miedos y sufrimientos son proyecciones de nuestros propios pensamientos no resueltos. Cada vez que elegimos ver más allá del dolor inmediato, abrimos la puerta a una comprensión más profunda de nosotros mismos y del mundo que nos rodea.


El perdón se convierte entonces en la herramienta fundamental de transformación. No se trata de perdonar para absolver al otro, sino para liberarnos a nosotros mismos de la carga emocional que nos mantiene atrapados. Perdonar es reconocer la humanidad en uno mismo y en los demás, trascendiendo los juicios que nos separan.


La salvación no es un destino final, sino un proceso continuo de despertar. Cada momento nos ofrece la oportunidad de elegir la paz por encima del conflicto, la comprensión por encima del juicio. Es un camino de práctica constante, donde aprendemos a soltar nuestras antiguas formas de pensar y abrirnos a una perspectiva más expansiva y compasiva.


Nuestra verdadera naturaleza es amor, aunque la hemos cubierto con capas de miedo, culpa y resentimiento. La salvación consiste en despejar esas capas, permitiendo que la luz de nuestra esencia verdadera brille sin obstáculos. Es un viaje de regreso a nosotros mismos, de recordar quiénes somos más allá de las historias que nos hemos contado.


El universo conspira constantemente para ayudarnos en este camino de sanación. Cada desafío es una invitación a crecer, cada dolor una oportunidad para transformarnos. No se trata de eliminar las dificultades, sino de aprender a atravesarlas con gracia, compasión y consciencia.


Finalmente, la salvación es un acto de amor propio. Es reconocer que merecemos paz, que nuestra felicidad no depende de condiciones externas, y que tenemos el poder de elegir nuestra experiencia en cada instante. Es un camino de libertad, donde nos convertimos en los maestros de nuestra propia realidad, liberándonos de las ilusiones que nos han mantenido prisioneros.